La historia de Colombia es un recuento de los devenires de un territorio marcado por los tropiezos. Desde que en 1510 Martín Fernández de Enciso fundará en el golfo de Urabá a Santa Maria la Antigua del Darien el territorio Colombiano se ha visto enfrentado a enormes retos y profundos baches que no ha sabido sortear con facilidad, entre ellos el narcotráfico.
La producción y el tráfico de drogas es un problema de enorme magnitud en Colombia. Siendo el mayor productor de cocaína de mundo, el país se ha visto enfrentado a una red de mafias que han infiltrado todos los niveles de la sociedad civil y que han generado y contribuido a la formación y manutención de grupos armados ilegales que imponen su ley a través de la violencia en los territorios abandonados por el estado dejando a su paso miles de muertes, victimas y desplazados. El estado se ha visto permeado por las grandes cantidades de dinero que ésta mal llamada industria genera y se ha corrompido a extremos escandalosos donde son los narcotraficantes los que imponen y eligen a los gobernantes. Siendo inútil la lucha contra un flagelo que no se ha identificado desde su raíz, o sea la pobreza económica, educativa y social, la inocua lucha contra las drogas y sus efectos ha comprometido gran parte del presupuesto nacional y lo seguirá haciendo a futuro.
Las secuelas económicas y políticas del narcotráfico en Colombia son difíciles de evaluar con precisión dado su carácter extensivo a futuro. Sin embargo evaluándolo desde un punto de vista ético, este problema ha dejado rezagos sociales y culturales importantes que podemos ver todos los días. El papel corruptor de las redes mafiosas ha degenerado los procesos de socialización que enfatizan costumbres y subculturas degeneradas que han llegado a tener nombre propio como la narcocultura o cultura mafiosa. Esta subcultura reafirma posiciones anacrónicas de cultura y ética que han dejado una sociedad debilitada moralmente que no se reconoce a sí misma. La sociedad actual es un colectivo inconciente que ha perdido su carácter civilizador dentro del estado ya que no se da crédito al individuo por sus cualidades como persona sino como poseedor de activos y poder. En esa medida la cultura del dinero fácil se ha vuelto norma y no es importante como o donde haya incrementado su fortuna sino quien y cuanto posee. Este cambio que hasta hace años parecía coyuntural y se consideraba “folclórico” ahora es norma nacional. En los seriados de televisión, en las revistas, en la música, incluso en los libros, el papel del narcotraficante es evidente.
Por ejemplo se puede examinar el caso de: ”El cartel de los sapos”. El escritor, un narcotraficante de nombre Andres Lopez que fue condenado en USA por tráfico de drogas, saltó a la fama de la noche a la mañana por cuenta de un libro en el que relata sus experiencias como sicario del cartel del valle. El libro fue llevado a la televisión con gran éxito en una serie del mismo nombre en la que se hace una clara apología del delito donde los narcotraficantes son hombres rodeados de dinero, vehículos lujosos y mujeres hermosas, que manejan a su antojo a todas las autoridades. Al final y como punto clave son reivindicados a través de una agencia de drogas extranjera que les da la posibilidad de delatar a sus compañeros de crimen y librarse así de las extensas condenas y de paso de la culpa de las victimas que llevan encima. Este tipo de conceptos atenta contra la salud mental de una sociedad hundida en la desinformación y la mala educación a tal punto que el mismo Andres Lopez, el narcotraficante condenado, fue condecorado con un premio India Catalina a mejor guión original en serie de televisión. Hasta donde se ha llegado? no solo se ha permitido que sean los narcos los que escriban la historia, siendo esto injusto con las victimas de sus crímenes, sino que también los premiamos por las mal contadas apologías del delito que hacen?, Qué se puede esperar de una sociedad que premia a asesinos con galardones que deberían ser destinados a verdaderos escritores, ó mejor aun, a sus victimas?.
Esta degeneración de la moral impacta de frente las estructuras que sostienen la sociedad. Por eso es claro que no es gratis que una lucha tan costosa como la que ha sostenido Colombia contra las drogas haya sido inerte frente a fenómenos preocupantemente crecientes como el sicariato y el surgimiento de nuevos reductos de narcoparamilitares. No es gratuito que, a pesar de una muy larga cadena de purgas internas y de presiones de las fuerzas armadas, los carteles de drogas mas antiguos hayan mutado con nuevos miembros, mas sanguinarios y mas sedientos de poder que su predecesores y dispuestos a todo con tal de cubrirse de riquezas. La ruptura moral provocada por el narcotráfico en la sociedad colombiana ha elevado, en calidad de héroes o santos, a personajes nefastos como Pablo Escobar, enalteciendo y adoptando costumbres morales como la del menor esfuerzo. Este tal vez a largo plazo es el golpe más fuerte y contundente que ha recibido Colombia, que la sociedad haya adoptado como aceptable la cultura del dinero fácil y que sea la cantidad, y nos las vías de adquisición, lo que determine la situación social del individuo. Esta ley del menor esfuerzo requiere de una degeneración moral muy costosa en términos sociales ya que exige del individuo la renuncia a los más grandes principios, como el derecho a la vida y a la libre expresión. Exige del individuo el reforzamiento del aislamiento y la individualización por encima de la conciencia colectiva, dejando espacios vacios que deben llenarse con lujos excesivos y ambiciones de poder desmedidas que forman un círculo vicioso en torno al dinero. Se debe reconocer que es la ley del menor esfuerzo la que rige en este momento la sociedad colombiana y está claramente reflejada en el ausentismo escolar, en el escándalo de las pirámides, en los nexos existentes entre el gobierno y las mafias, en los sobornos del gobierno a sus funcionarios, en los fleteos y en otras tantas nuevas formas de criminalidad. Este círculo vicioso es patrocinado tácitamente por una sociedad que no ve mas allá de lo que le conviene, sin criticar, sin ver, sin aspirar a nada más que estar en alguna “rosca”, en algún grupo aliado con el poder de turno, todo en pos de dinero fácil reafirmando así a J.M. Keynes quien escribió: “Nada corrompe más la sociedad que la desconexión entre el esfuerzo y la retribución”.
Decía Estanilao Zuleta en su “Elogio a la dificultad”: “La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiesta de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y, por tanto, también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes.”. Que es lo que realmente sucede después de seguir un camino fácil, de conseguir sin relativo esfuerzo “todo”. La eternidad del aburrimiento, más dinero para consumir más, más poder para ganar más dinero, que el mundo finalice en un auge de consumo, de dinero fácil.