Tal como lo indica el diccionario Apoteosis significa elevar a una persona común a la calidad de dios dado un evento o cualidades excepcionales. Así sucedió con Heracles quien siendo hijo de Zeus y Alcmena, o sea un mortal, fue elevado a la calidad de dios después de cumplir con 12 extenuantes trabajos en castigo por haber matado a sus hijos y a dos de sus sobrinos. Es claro entonces que la calidad de apoteosis se da cuando un común – como nosotros – hace de su obra un evento por fuera de lo común y que permite que, sin lugar a dudas, sea elevado a la calidad de un dios.
Los comunes mortales que ha sido elevados a la calidad de dioses del toreo han sido muchos: desde Belmonte y Joselito a principios del siglo XX a figurones de todas las épocas como Manolete, Luis Miguel Dominguín, Paco Camino, El viti, Paquirri, José Mari Manzanares, El niño de la Capea, Espartaco, Rincón, Ponce, Tomás y muchos que se me escapan ahora. Todos, sin excepción, cuajarón gestas que se tallaron en piedra en los anales de la tauromaquia mundial, como aquella tarde del 6 de Julio de 1944 en la que Manolete dio muerte al toro sobrero de Pinto Barreiros llamado “Ratón” o aquella Feria de San Isidro cuando Rincón abrió la puerta grande de las Ventas 5 veces consecutivas.
Como aficionado al toreo y con 24 años de constante aprendizaje, he desarrollado un particular gusto por lo tradicional y puro. Con esta fe he defendido las peleas justas y diáfanas que se dan dentro de un ruedo cuando un hombre y un toro se enfrentan en franca lid en pos de la demostración más pura del arte taurino de la muerte. Siempre he defendido con ahínco y ferocidad la fiesta de los toros y encuentro particularmente vigorizante enfrentarme a discusiones donde un argumento, tan claro como la pelea justa y equitativa que se da en el ruedo, hace desistir incluso al más férreo de los contradictores de la fiesta.
Hace 56 años no se otorgaba un rabo en la monumental plaza de toros de Bogotá, no porque no se quisiera o no se pudiera. En el coso bogotano se presentaron - casi sin excepción - todos aquellos grandes toreros que nombré anteriormente, con sendas presentaciones que bien hubieran podido representar mayores trofeos pero siempre la exigencia de esta plaza fue alta - No es gratuito el hecho de que la Santamaria sea una de las cinco plazas en el mundo donde se puede confirmar alternativa -.
Viendo la significancia de la palabra Apoteosis, admirando las verdaderas apoteosis de aquellos que han hecho de esta afición un arte y partiendo del principio de la pelea justa puedo asegurar que lo de ayer en la Santamaria no fue no fue ni mucho menos una apoteosis - si acaso una buena actuación de un buen torero como Pablo Hermoso de Mendoza - pero sí la cruel demostración de la ya conocida caída en picada de una plaza otrora grande.
Para mi es claro, como lo dije antes, que la pelea en el ruedo debe ser justa y ayer los dos toros que le correspondieron a Pablo Hermoso de Mendoza estaban, como se dice en el argot taurino, afeitados. O sea, sus armas de defensa: cachos, pitones, etc, habían sido reducidos (limados) con el objetivo único de no hacer daño a los caballos. Daño que perfectamente hubiera podido causarse ya que en ambos toros, y a pesar de la indiscutible maestría de Hermoso de Mendoza, estos envistieron a por lo menos 3 caballos. Situación que, de haber sido justa la pelea, habría determinado no solo el final de la lidia sino el abucheo por parte de la concurrencia, y me limito a explicar esto con los incidentes acaecidos con el rejoneador colombiano Jorge Enrique Piraquive en la corrida del 31 de Enero de 2010. Muy a pesar de esto, la plaza, mi amada plaza, de Santamaria no tuvo en cuenta la falta de peligro de los animales y otorgó un premio que solo se da en faenas extraordinarias. Yo se que aquí me interno en terreno fangoso, pero creo que es justo explicarlo: es cierto que los caballos y la monta de Hermoso de Mendoza son excepcionales, es cierto que los toros no eran los mejores para la lidia de rejones (poco recorrido y falta de fijeza), es cierto que ligó y templó magníficamente, es cierto que no corrió, como otros rejoneadores, en línea recta por el primer tercio de la plaza, es cierto y lo reconozco que es un gran rejoneador. Pero el hecho que Hermoso de Mendoza pueda demostrar estas cualidades no es elemento suficiente para otorgar un trofeo que es reservado para los grandes cuando los toros que lidió estaban en desventaja y aún más cuando esta “disminución del peligro” determinó que sus caballos no salieran heridos y por ende que su faena fuera un fracaso.
Las bases del toreo son claras y ayer las condiciones del toro no eran las justas para una pelea en el ruedo de un coso como el de la Santamaria. Por qué? Bueno puedo hundirme de lleno en ese pantano que es el manejo comercial de la plaza, por ejemplo podría suponer que Hermoso de Mendoza exigió que afeitaran los toros para evitar daño a sus caballos por ser esta una plaza “no española”, donde no se lo permitirían, o algo por el estilo pero esas serán meras suposiciones. El caso es que el peligro no era el justo y a pesar de esto se le dio la nota máxima, por encima de dioses del toreo con faenas de las grandes como ya expliqué, a una buena faena que no tuvo mayor connotación y que fuera de unas cuantas piruetas - dignas de una arena de caballos pasofino, que por cierto abundan en Colombia – no tuvo mucho más de lo que se le exige como norma a un buen rejoneador. En pocas palabras, si la regla con la que se midió ayer se hubiera aplicado a tantas faenas anteriores, por lo menos la corrida de 1996 con Cesar Rincón, Enrique Ponce y Vicente Barrera de toros de Torrelaba y Torreestrella hubiera terminado con 4 rabos.
Mi explicación no es otra que el desconocimiento de las reglas de juego y la falta de exigencia de una afición que sigue dejándose deslumbrar con cuentas de vidrio, como nuestros antepasados. Este rabo mal concedido es otra muestra del “música, música” que se oye todas las tardes, los chiflidos cuando se pica “un poco más de lo esperado” al toro, los aplausos unísonos al compás de la música, la falta de respeto por los himnos, y otras tantas decepcionantes actitudes de los aficionados bogotanos. Mi concepto: la afición de la plaza de Santamaria va en picada con tendencia a parecerse a tantas plazas colombianas donde hay tardes de 12 orejas o rabos a faenas con apenas un atisbo de merecimiento y muchas falencias – como la de ayer -.
Llámenme purista furibundo pero de ayer me quedan las dos faenas de Bolívar y las fotos de un trofeo que era digno de un dios como Manolete y no de un mortal como Hermoso de Mendoza.